martes, 22 de junio de 2010

Amaneceres y sonrisas


Por R.S.

Una semana más, amanece un nuevo día entre las sábanas, me hago un poco el remolón, justo después de odiar el tedioso ruido de la alarma del despertador. Son las 7:00h, araño los cinco minutos de rigor a la jornada y me incorporo de la cama. Farfullo un “Arriba, soldado…!”, mientras me froto los ojos y me desperezo. Pies al suelo, ahora sí, y directo a la ducha.

Una vez salgo del agua y me arreglo, ya tengo ganas de todo. Y lo primero que me viene a la mente es que apenas quedan diez minutos para ver al pequeño. Un café con leche rápido y a volar.

Bajo al garaje y allí está, esperándome. Esa imagen de tres cuartos trasero me tiene robado el corazón. Y encima, lo visualizo desde el perfil bueno, el que más me gusta, el del depósito. Sin quitarle ojo, saboreo bien la estampa que tengo ante mí, mientras camino hasta llegar a la puerta del conductor. No puedo evitar esbozar la primera sonrisa del día.

Abro, inserto la llave, desembrago con el pie derecho sin sentarme, estiro el brazo entre el volante y pulso el botón de arranque. “BRUUUUMMM, po-po-po-po-po…” Melodía de seducción, música celestial, regalo para mis oídos. Segunda sonrisa…

Mientras el motor coge temperatura, inicio mi ritual: coloco mis trastos en el maletero (portátil, agenda, etc), dejo las llaves de casa y el móvil en la guantera de la puerta, me siento al volante, me pongo el cinturón de seguridad, enciendo la radio, le doy al botón de apertura del mando del garaje… Cuatro o cinco suaves intervalos de gas en vacío sin pasar de 2.000 vueltas… Lo dejo caer… Bien, ahí está el sonido que necesitaba escuchar.

Un rápido vistazo al cuadro, con ese color naranja inmejorable, esa grafía, un conjunto casi hipnótico…, desembrago de nuevo, inserto primera, salgo despacito y subo la rampa del garaje. Toca frenar. Primer coche que se aproxima por la izquierda, el instinto me dice en una décima de segundo: "Me da tiempo..." Y decido salir. Hundo la puntera del pie derecho hasta la mitad del pedal y suelto embrague. “¿Ves como me daba tiempo…?”, me digo a mi mismo. Y BRRRUUUUUUUM, salgo ligero hasta las 2.000 rpm, cambio rápido a segunda con un petardeo que acompaña el proceso de fondo, enseguida tercera y salgo a la avenida…
Aflora la tercera sonrisa del día.

Quedan 500 metros para incorporarme a la autovía, voy por debajo de 3.000 y en marcha larga. Un vistazo al retrovisor para comprobar que, como cada día, ahí viene la jauría de coches insulsos y carentes de personalidad, junto con algún paquidermo pesado en forma de camión. Tanteo la aceleración, dejo pasar a quienes me van ganando tiempo y espacio, pongo el intermitente para comunicar mis intenciones y ya estoy en el juego.

Tras rodar unos kilómetros por la derecha, tranquilo, a 100 km/h y en sexta, intuyo que la temperatura ya debe andar por la mitad (maldita instrumentación fantasma). Decido dar un paso más y me coloco en el carril central para adelantar a un camión que circula por debajo de 90… Presiono un ápice más el pedal, subo a unos 140 km/h y, de repente, veo en mi retrovisor algo diferente que se aproxima a la velocidad del rayo. Es rojo, pequeño, porta unas franjas negras en el morro y una mirada que me resulta extrañamente familiar. Efectivamente, es un hermanito, aunque algo más mayor…

Viene fuerte, me alcanza en un abrir y cerrar de ojos, se coloca en paralelo y giro levemente la cabeza a mi izquierda hasta obtener una imagen en primer plano del susodicho. Es bonito el condenado. Cruzo la mirada con su conductor, buscando cierta complicidad y ambos sonreímos. No necesito más. Acelera y decido seguir su estela…

Voy comprobando cómo los coches se van perdiendo en el retrovisor, como si se los tragara la tierra absorbiéndolos hacia detrás, alguno que otro incluso osa propinarnos estériles ráfagas y gestos que se difuminan en la lejanía… Sólo me centro en lo que tengo delante, ese precioso culo rojo y lo que a él le precede, procurando mirar lejos, por si acaso.

El carril derecho pasa a toda velocidad, tornándose incluso borroso, el tráfico se va disipando y el otro MINI se aparta regresando al carril central; no voy a hacerle el feo… Me coloco justo detrás de él y levanto un poco el pie. Además, mi salida está casi al caer. Eso sí, me siento afortunado por ser el dueño de semejante máquina, aunque mi ego hace ya un rato que inició su erección, pero ahora ya es del todo latente. Una lástima que la pequeña aventura llegue a su fin, se me ha pasado volando. Con este ritmo endiablado, el trayecto me ha costado la mitad de tiempo que otros días.

Efectivamente, ahí está mi salida, llega el momento de la triste despedida. Intermitente de nuevo, una pequeña ráfaga que es correspondida con un fugaz warning por parte del compañero y trato de seguirlo con la mirada mientras se aleja, hasta que lo pierdo. Toca trazar a derechas, un suave toque de freno, lo justo, bajo dos marchas con punta-tacón buscando un poco de freno motor y dibujo suavemente la curva con tiralíneas. Rotonda con gran visibilidad, no viene nadie, continúo con el pincel entre las manos y acelero mientras salgo en busca de la próxima glorieta. Qué delicia de sensaciones. Mi cerebro las reconoce e interpreta al instante, proyectando otra reveladora y sincera sonrisa en mi rostro.

El escape del enano está caliente, lo aprecio en la diferencia de tono de su gutural voz y en cómo la gente gira la cabeza a nuestro paso durante los últimos metros. Aflojo un poco y trato de llegar al puñetero trabajo como un ser normal y corriente, pasar desapercibido, como uno del montón, como una oveja más del rebaño.
Entro en el garaje, aparco y lo dejo reposar unos minutos antes de apagar el motor, mientras voy recogiendo mis cosas. Al fin y al cabo, tenemos tiempo de sobra, hemos llegado antes de hora, como diez minutos… Todo ha pasado en apenas un suspiro.

Coloco las manos en el volante y me quedo pensando que, muchos días del año, lo único bueno que tengo son esos minutos de sensaciones entre rutina y rutina, yendo o viniendo por el camino más largo. Esos minutos me pertenecen, son míos y sólo míos, de nadie más. Y no los cambio por nada.



De repente, un desagradable ruido me saca de ahí, pierdo el tacto del volante, el sonido del motor al ralentí, el olor del cuero, todo se desvanece…
Una semana más, amanece un nuevo día entre las sábanas, me hago un poco el remolón, justo después de odiar el tedioso ruido de la alarma del despertador. Son las 7:00h… Me percato que todo ha sido un sueño, pero espero ansioso bajar al garaje para comprobar que el enano está justo ahí, esperándome, para arrancarme una nueva batería de sonrisas.

[...]


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