miércoles, 19 de octubre de 2011

El MINI-Trac


3 de febrero de 1947: Un meteorólogo ubicado en el aeropuerto de Snag en Yukon (Canadá) derrama un poco de agua y ve cómo las gotas se congelan en bolitas antes de tocar el suelo. El mercurio se ha precipitado violentamente a -63 ºC; es el día más frío registrado en toda Norteamérica.




Pero eso no es nada. En los páramos rugientes de la Antártida, el fenómeno de congelación del vapor ambiental es tan frecuente que incluso tiene nombre: polvo de diamante. En julio de 1983, en el corazón implacable del continente, unos investigadores soviéticos de la base antártica Vostok registraron unos abrumadores -89,2 ºC: la temperatura más fría jamás registrada en la Tierra. En aquel momento, unos 1.367 km hacia el norte, a 3.000 km de océano inhóspito del extremo sur de Tasmania, la estación Wilkes estaba expuesta a los vientos azotadores. Construida el 1957 por la Marina estadounidense y entregada a Australia el 1959, el recinto remoto fue totalmente abandonado en 1969. Desde entonces, como los muebles viejos que acumulan polvo, ha estado viendo crecer pacientemente el grosor de la corteza de hielo y nieve, olvidada en el rincón más profundo del mundo.




No obstante, en la mayor parte de los años 60, Wilkes fue un centro de investigación próspero gestionado por ANARE (organismo australiano de expediciones para la investigación de la Antártida), que ha mantenido todas las bases de Australia en la Antártida desde su fundación en 1947. La región litoral de la Antártida, donde se encuentra la estación Wilkes, es uno de los lugares más ventosos del continente más ventoso del mundo. En Port Martin, al Este, se ha registrado una velocidad media anual del viento de categoría de temporal fuerte y unas medias diarias de hasta 164 km/h (se considera huracán a partir de 117 km/h). Si es el último lugar del mundo en el que esperarías encontrarte un MINI.

En 1962, un equipo de Wilkes organizó una expedición histórica y sin precedentes a la base Vostok, donde 20 años más tarde se registraría la temperatura más fría del mundo. En un épico viaje de cuatro meses, el equipo de seis científicos y mecánicos recorrió una ruta de más de 2.800 km realizando estudios glaciológicos y meteorológicos. Sin embargo, llegaron a Vostok solamente para descubrir que la base rusa había sido evacuada con prisas 12 meses antes. Los hombres salieron tan rápido que en la cocina dejaron un plato de carne con cebolla, ya congelado. Tras varias semanas alimentándose a base de comida enlatada y una pasta de proteínas concentradas llamada pemmican, a los australianos les faltó tiempo para poner en marcha el generador y freír la comida allí mismo, dando buena cuenta del plato que los rusos habían empezado hacía más de un año.





Desplazarse en condiciones tan extremas es un reto, tanto antiguamente como ahora; afortunadamente, las personas que van a la Antártida son gente que disfruta con los desafíos. La historia del transporte por el desierto antártico es una sucesión de ensayos y errores innovadores dentro de una camisa de fuerza de limitaciones: no solamente es el lugar más frío y ventoso del mundo, sino que también su frágil ecosistema está protegido por la legislación internacional, lo que significa que el transporte terrestre también debe cumplir las normas de sostenibilidad para minimizar su impacto medioambiental.

Como ya hicieron los primeros exploradores que se aventuraron tierra adentro en el desafiante continente a finales del siglo XIX, los investigadores de Wilkes de los años 60 aún recorrieron gran parte del camino a pie (con raquetas de nieve o esquís) y en trineo tirado por perros, aunque a menudo disponían de transporte aéreo para combustible y provisiones. Además, también contaban con grandes vehículos oruga para desplazarse pesadamente por las grandes y monótonas extensiones de nieve, sobre todo cuando tenían que transportar equipos y provisiones. Por ejemplo, en la travesía del 62 a Vostok se utilizaron dos camiones militares oruga de la II Guerra Mundial llamados M29 Weasel y dos tractores Caterpillar D4. Con 1.725 kg y más de 4.500 kg, respectivamente, estos gigantes eran eficaces, pero caros y torpes.




El Snow Trac fue un Snowcat personal de fabricación sueca (como una versión pequeña de los grandes monstruos naranja que se utilizan para arreglar las pistas de esquí) que se popularizó para las expediciones por la Antártida porque era fácil de manejar, versátil y muy bueno a la hora de avanzar por la dificultosa nieve profunda. Era como un Frankenstein de piezas: el motor de escarabajo de Volkswagen y el cambio de marchas de autobús de Volkswagen. Aunque era más pequeño que un Snowcat completo, el Snow Trac era a su vez un pedazo de metal caro que dañaba el medio ambiente. En 1960, ANARE decidió que había llegado el momento de probar otros vehículos más pequeños y baratos, acondicionado como fuera necesario para que pudiera soportar las condiciones más duras.

En los años 1962 y 1963, dos encarnaciones de un escarabajo de Volkswagen reformado parecían prometedoras, pero finalmente los límites de dos ruedas motrices no pudieron satisfacer las exigencias del terreno peligroso. Con una infraestructura de carreteras muy limitada y el viento criminal incesante cubriendo de nieve fresca las pocas carreteras que había, los coches comerciales estándar simplemente no estaban a la altura. Las motos tampoco eran la solución: eran útiles para transportar personas, pero no podían cargar con mucho equipo.

El MINI, que en aquel momento aún era relativamente nuevo, acabó siendo el coche perfecto que serviría de base por su sólida tracción delantera, su tamaño compacto y su precio razonable. Terry O'Hare, el mecánico australiano que inició el desarrollo del MINI-Trac en 1965, vio la oportunidad de utilizar la mayor parte posible del coche original en su diseño. Empezó con el pequeño y valiente MINI Morris 850, que pesaba menos de 680 kg. El nombre MINI-Trac, así como algunos elementos básicos de diseño, incluidas las correas de goma que utilizaba para avanzar por el hielo y la nieve, se inspiraron en el Snow Trac, pero la energía para el accionamiento de la oruga procedía de la misma unidad motriz del MINI.




Todo esto sucedía en un momento en el que era crucial disponer de vehículos en buen estado en la estación Wilkes. Por una parte, en 1965 el personal de Wilkes emprendió seis viajes diferentes para estudios de campo glaciológicos y geológicos en diferentes estaciones de los alrededores. Pero la mayor urgencia surgió durante el año anterior, cuando los investigadores descubrieron que las fuerzas de la naturaleza estaban recuperando rápidamente su precario puesto de avanzada y que tendrían que evacuar el lugar en pocos años.

En el 1965, el equipo inició la construcción de una estación reemplazante, que denominaron Repstat, a más de 1,5 km hacia el sur. En febrero de 1969 se inauguró con el nombre de Casey. En abril, cortaron definitivamente el suministro energético de Wilkes y el recinto quedó oficialmente abandonado a merced de los elementos.

Actualmente, los restos de la estación antártica Wilkes están sepultados bajo una capa de hielo tan compacta que tan solo el deshielo que se da una vez cada cuatro o cinco años es lo suficientemente potente para dejar entrever algo de ella a los pocos visitantes que se aventuren a adentrarse por esas latitudes. Un tiempo atrás, sin embargo, EL MINI estuvo allí.


Fuente: MINISpace.


1 comentario:

Bejines dijo...

Un texto muy interesante y curioso. Las coordenadas de la base por si os interesa verlas son:
66° 15′ 25″ S, 110° 31′ 32″ E